Mis abuelos maternos, Carlos y María Robbio, que habían venido de Alessandría Piemonte, eran conocedores de la plantación de viñedos.
Al llegar a Luján se afincaron en calle Terrada, frente a la esquina donde vive la familia Ingrassia en la actualidad. Al frente tenía su propiedad una familia de gran arraigo: Los Rosas.
En una oportunidad, llega un terrateniente y les pide que le planten viñas en su tierra inculta. Así lo hacen ellos, con una cuadrilla de peones que habían reclutado. Plantan y plantan cepas. Una vez que terminan el trabajo solicitan el pago del mismo. Que sí…que hoy…Que mañana…Y el dinero no llegaba…
Don Justiniano, que así se llamaba el dueño de las tierras, iba todos los días montando en un hermoso caballo a ver como crecían parrales y viñedos. Pero un día le salió al cruce del camino mi abuela, que le había hecho el trabajo y, tomando el caballo por las riendas y arrebatándole el rebenque, le dice en su mal castellano: “Mirá…Justiniano…O me pagás mio laboro o te bajo del caballo y te rompo tutto los huesos”
Al ver a esa gringa tan enojada y dispuesta a cumplir lo que decía, al día siguiente llegó don Justiniano a la fonda de mi abuela con Pesos fuertes a saldar la deuda.
Eso pasó en 1885. En 2006, caminando por el cementerio de Luján con mi nieta, ella me dice: “Abuela mirá…acá está el nicho de Don Justiniano, al que la abuela le saco el rebenque”
Y así se va haciendo la memoria de un pueblo.
¡Cuánto sería mi asombro al ver que ella conocía la historia! Llena de curiosidad le pregunté: “¿Cómo lo sabés?” A lo que ella respondió: “Lo contó mi papá; vos se lo habías dicho”
Y así se va haciendo la memoria de un pueblo.
Del libro “Historia de Luján por lujaninos”
Testimonio de Elvira Ferraris de Rizzi. Abril 2006